La Felicidad

Recuerdo la felicidad de cuando era una nena. Esa felicidad era jugar con mis primos y hermana en el patio de cemento de mi abuela; ese patio era la mayor aventura para nosotros. Las ramas de los árboles, nuestras armas, y las naranjas del árbol, nuestro alimento. Teníamos nuestras casas, eran mansiones. Teníamos todo y no necesitábamos más.

Cuando nos hicimos grandes, el patio se quedó chico y nuestras expectativas y deseos, grandes. Ya no era nuestro lugar, por eso íbamos cada vez menos a la casa de los abuelos. ¡Gran error que cometemos cuando llegamos a la adolescencia!

Los abuelos son esas personas que deseamos que sean eternas y queremos con toda nuestra alma. Pero hay un segundo, un momento en la vida donde pasamos completamente de ellos, nos interesan otras cosas. Estamos creciendo, pero ellos están muriendo y cada día, cada hora, cada segundo, es una historia menos, un mate menos y un abrazo menos. Tuve la suerte de tener dos abuelos que me enseñaron que no se puede tener todo, que lo casero es más rico y que el lujo es innecesario; me enseñaron a ser una buena estudiante, a sumar, restar, escribir, vivir. Ellos no tenían mucho, pero para mí, yo pequeña, lo tenían todo.

Mis otros abuelos llevaban una vida completamente diferente; tenían muchas cosas, compraban todo lo que quería y me enseñaron otro mundo. Gracias a ellos aprendí que el pasado es asombroso, que nuestros ancestros nos dejan un legado y que el mundo es mucho más grande que ese patio en el que viví las mejores aventuras de mi infancia. Dos mundos completamente diferentes que me enseñaron a tener los pies en el suelo, a poder empezar de nuevo, aunque muchas veces se hace cuesta arriba, a agradecer lo que se tiene y a soñar con conocer el mundo y las historias de mi pasado.

Dios me quitó a dos de ellos y se llevó una parte de mi corazón esos días, pero sé que estaban en un lugar más feliz, volvieron a ver a una persona que realmente amaban y realmente extrañaban, que todos extrañamos, pero eso es otra historia. Se fueron y en esos funerales me di cuenta de mis errores y terminé pidiendo disculpas frente a un féretro.

Dios me dejó dos abuelos en esta tierra e intento no cometer los errores de antes. Sé que se van a ir, pero también sé que estoy escuchando sus historias, estoy tomando un café y hasta trabajamos juntos. Estoy viviendo para no volver a llorar frente a un féretro.

Gracias abuelos, ojalá fueran eternos.

Comments

Popular posts from this blog

La Familia

Un perdón necesario

Una mujer